La idea nace del mundo de la ilusión, del reto de transformar un elemento bidimensional en volúmenes que se multiplican hasta el infinito. Una luz que recuerda a las olas persiguiéndose
y la transparencia del momento en que se difuminan y se desmaterializan descargando interminables gotas de luz. Charlotte, en todas sus declinaciones multiformes, parece tomar forma a partir de un único volumen con un laborioso entramado de nido de abeja, a veces impalpable. Es posible adentrarse en él mediante sus formas hexagonales concéntricas para tener una perspectiva hipnótica y siempre nueva desde cada punto de observación.